Por mucho que se maquille, la autoridad legitimada siempre ejecuta en nuestro nombre.
Hoy en día, ya no se puede ir por la vida intentando hacer creer que tenemos poder por el simple hecho de votar, mientras se justifican esos votos con la defensa estratégica de ciertos países y, al mismo tiempo, se mira hacia otra parte cuando se comete un genocidio en otros.
El sistema no ha dejado de ser eficiente. Funciona tal y como fue diseñado: para que algunos cuerpos importen… y otros sean solo daños colaterales en letra pequeña.
Allí donde la conciencia no enfoca, hay niños aún tibios en brazos que no los sueltan, como si el apretarlos bastara para despertar de una pesadilla que ya no tiene final.
No hay bandera que justifique una infancia cercenada, ni religión que pueda absolver el silencio.
La masacre se numera mientras la mayoría ni se inmuta.
Los líderes del mundo no gobiernan: se reparten privilegios y lanzan migajas a una multitud hambrienta de esperanza. Se arropan en discursos que no pisan la tierra mientras firman pactos con sangre ajena. Visten la mentira con trajes elegantes; se fotografían junto a ruinas provocadas por ellos, pronunciando palabras vacías sobre paz mientras venden armas bajo la mesa.
El mundo no está roto, no… Lo que sucede no es consecuencia de navegar sin timón. No hay caos inocente, sino una estructura perfectamente alineada con nuestras miserias. Funciona como unos pocos desearon y muchos esperaban: como una maquinaria pulida que transforma vidas en cifras y conciencias en ecos apagados.
El silencio cómodo tiene precio, aunque se pague con moneda ajena. Mientras dormimos, abrigados por la anestesia del entretenimiento, hay ojos que no volverán a abrirse… y otros que no pueden cerrarse por haber visto demasiado. El privilegio de la distancia permite, entre sorbos de café, convertir el horror en un tema de sobremesa, como quien comenta el capítulo olvidable de una serie. Y así, convertidos en espectadores profesionales del horror, se pule la capacidad para olvidar más rápido que para sentir.
Tal vez, la verdadera obscenidad no esté en las imágenes de destrucción que se evitan mirar, sino en la maestría con que se ha aprendido a girar la cabeza sin que duela el cuello.
¿Qué puede significar la democracia cuando las urnas están manchadas de indiferencia y lo esencial no es lo que se hace, sino cómo suena al decirse? ¿Qué futuro puede sostenerse sobre la ceniza de víctimas que no importan?
Quizá el acto más revolucionario, y realmente poderoso, sea dejar de sostener lo que debería caer. Aunque hacerlo nos obligue a mirar lo que hemos dejado crecer entre las ruinas.
Excelente. Acuerdo en cada punto. No nos salió mal, les salió bien.
Muy bueno 😃. Lo incluimos en el diario 📰 de Substack en español?